Año II, Vi^néá.l^d¿ Abril i^ mi. Número 182J ?.OÍiTÍ|^[ •'■.OI J -ai . üi/i ti ■ !I(V> Í5i)i Í:.1 aoaai DIARIO POLÍTICO INDEPENDIENTE En Granada, por un mes 7 reales. En el resto de la Península, por tres meses. . . 24 » En el Extranjero y las Antillas, por un semestre. 70 * SÍÍU í £1 ' DIRECTOR Y ADMINISTRADOR, LUIS SHCO DE LUCEN A. jj. ■ ■ ■ • — ■ T r .• ' OFICINAS ¿IMPHKNTA: AGUILA, 5. '1 •ijün'. «i I 1 iui .i; :?-!l¡!{i.i 1 LA VIGENTE LEY DE CAZA. Cuando la caza era la diversión predilecta de la grandéza y de los reyes, los sotos eran sostenidos y cuidados con esmero, las leyes severísinids y la abundante. Era de ver aquellas magníficas dehesas para pasto, pobladas de corpulentas encinas y cubiertas de malezas, hormiguean-db la caza por todas partes; ciervos, jabalíes., liebres y conejos, grullas, halcones, palomas y perdices, presentándose al ojeo de los príncipes, quienes incansables las datian en determinada estación del año. Esta afición en nuestra nobleza, con el cambio de costumbres ha ido desapafaciendo, y con ella también aquella estricta observancia de las leyes, descuidándose los bosques, no respetándose las propiedades, infringiéndose la veda, tolerándose en fin toda suerte de abusos, Ib "cual no podia menos de resultar en perjuicio de la caza, que ha ido disminuyendo cada dia más y más hasta el punto que de proseguirasí, acabará de desaparécer del todo. No otra cósa podría suceder; la actual escasez de la ca^a por no decir el agotamiento, ha obligado á los cuerpos colegisladores á decretar la vigente ley, que siendo una ley verdad, y observámiose en todas sus partes, merecería los plácemes de cuantas personas con esíusiasmo se dedican á tan higiénico y útü,. ejercicio.. . Se desprenden del espíritu de la ley y nacen de observancia rigurosa importantes beneficios y utilidades que nadie puede desconocer. Si la- ley se cumpliera, abundaría la caza y en consecuencia nuestros mercados estarían provistos de esta carne altamente nutritiva cuyo precio se ha triplicado en pocos años, por lo cual solo pueden alimentarse de la misma las clases acomodadas, inconveniente que desaparecería tan pronto como desapareciesen los múltiples abusos que se vienen cometiendo. No solo del cumplimiento de la ley saldrían beneficiosos nuestros mercados, si que también lá agricultura, la sávia de los pueblos, reportaría- de la misma utilidades no pequeñas. Las perdices, codornices y demás aves insectívoras, se dedican asiduamente á la pérsecusioh de la langosta, de esta plaga funestísima, que huellas tan terribles de su paso ha dejado recientemente en "las cornárcás más fértiles de nuestra pátria. Es unaobcecacion inmensa, una íaltagrp.nde de'Sentido práctico, la estra viada conducta de algunos labradores que destruyen los nidos de esas aves insectívoras, para comerse los huevos. «Toda persona que destruya los nidos de perdices y los demás de caza menor — dice el art. 5i de la ley— será condenada en juicio de faltas á pagar de 5 á dO pesetas por primera vez, de 40 á 20 por segunda y de 20 á 30 lá tercera.» Así se expre- Otra remora para el objeto de la ley es la Ijábjtual costumbre de nuestros labradores, que salen para sus faenas agrícolas acompañados de sus perros, cuyos animales cazan continuamente, destruyendo nidos y ahuyentando las reses. Los perros vagando por campos y viñedos pueden considerarse comprendidos en la misma categoría que las zorras y otros animales dañinos que la misma ley enseña la manera de perseguir. «Artículo 40. Los alcaldes estimularán la persecución de ¡os animales dañinos, ofreciendo recompen•ias pecuniarias á los que acrediten haberlos muerto. Al efecto incluirán entre sus gastos obligatorios la correspondiente partida oh el presupuesto municipal de cada año.» No debería permitirse en manera alguna la costumbre arriba mencionada, que es un obstáculo no pequeño para el objeto de la ley. 'Este abuso nos í-ecuerda la necesidad de que los perros vayan con bozal, previsión que debería tenerse en toda estación, sin aguardar á que venga una de estas terribles enfermedades tan frecuentes por desgracia, los horrores de la hidrofobia, para publicar bandos y repartir profusamente la estrignina. No debería esperarse los calores del verano para dictar medidas previsoras.- El -abuso altamente escandaloso que se opone á la abundancia de Ja caza, es el ardid del reclamo, prohibido por el artículo iO. «Art. 19. La caza de la perdiz con reclamo queda absolutamente prohibida en todo tiempo.» Por grande que fuese, poco seria el castigo que merecen los infractores de este artículo. Infame es la. conducta del cazador que espera traidoramente á*la perdiz atraídapor el reclamo. Comparece allí lá enamorada pareja que se pone á tiro, sin apercibirse que un tigre humano Ies acecha, y el cazador con aquellos amores mata sin duda una bandada de diez ó doce perdices. También contribuye de una manera notableá la disminución de la caza er empleo de los hurones, abuso prohibido por el art. 50. «Art. oO. El íiftre entrando en propiedad agena, sin permiso de su dueño, sea cogido infraganti con lazos, hurones ú otros ardides para destruir la caza, será entregado como dañador álos tribunales ordinarios para que le castiguen con arreglo al art. M30 del Código penal.» Si la ley se cumpliese, si la caza abundase, los aficionados á tan higiénica diversión tendrían dias de placer inmenso, esperarían anhelantes la llegada del 15 de Agosto, en cuya fecha aquel vivísimo deseo, aquel -ardor verdaderamente bélico, les privaría de cerrar los párpados durante la noche, y en los albores de la mañana, cuando las sombras de la noche huyen de la aurora por valles y cañadas, acompañados de sus inseparables lebreles partirían alegres en la confianza de regresar con los morrales repletos. Y al oscurecer, después de un verdadero dia de goce, llenos' aún los pulmones de 'purísimo aire, saturado de la esencia do mil plantas medicinales y aromáticas, y agotadas las municiones, se encaminarían al hogar, en donde la esposa querida y tiernos hijos, advertidos por los galgos, saldrían á recibir al cazador, y al dirigir una escudriñadora mirada al morral repleto, saltarían alborozados de contento. . Más de una vez hemos sido testigos de estas dulcísimas escenas y saboreado esas emociones gratísimas por lo cual apenas encontramos frases para describirlas. La jornada de caza, jornada de las más felices de la vida, termina con una verdadera fiesta de familia. Hasta los'profanos, aquellos que no comprenden todas sus delicias, ven al cazador rodeado de felicidad envidiable. Hoy que por desgracia en la sociedad el desarrollo físico deja mucho que desear, que las constituciones robustas cada dia van disminuyendo, nada mejor que la gimnasia, nada mejor que el higiénico ejercicio de la caza. La caza es un ejercicio muscular en que se desarrolla gradualmente la parte física. Ejercitando la caza de una manera metódica se opera un aumento de fuerza, un notable desarrollo muscular, repartiéndose la vida por toda la economía. Según el Dr. Giné, la caza es el gran lenitivo de las pasiones; el cazador pendiente del encuentro inesperado de una pieza, del retroceso de otra que huía, de lo certero de los tiros, de la perspectiva del país, experimenta un conjunto de emociones que lo absorven completamente.»- Por las razones expuestas, y haciéndonos eco de la opinión, pedimos enérgicamente que se cumplan las eficaces medidas consignadas por el Gobernador civil que en la Cartera Oficial de este periódico vió ayer la luz pública, pues de este modo se conseguirá la completa desaparición de los abusos que elejamos expuestos. No basta que se reconozcan las necesidades y se decreten leyes: es necesario que estas se cumplan. El cazador que no respeta la veda, el cazador que infringe la ley no es cazador, es el enemigo más terrible de la caza. Es un delincuente que debe ser severa.nente castigado. José Venialló Vintró. ! « UNA CARTA Á LA VÍRGEN. Juan tenia seis años, »n pantalón agujereado en ambas rodillas, unos cabellos rubios formando guedejas tan espesas .y tan ricas, que hubieran podido Adornarse con ellas las cabezas de dos hermosas señoras, un par de ojos grandes y azules que i veces trataban todavía de sonreir. aunque j-a habían llorado mucho; una chaquetilla elegantemente cortada pero cayendo á girones; un botin de niña en el pié derecho, un zapato de colegial en el izquierdo, arabos demasiado largos, anchos por demás, y ¡ay! demasiado rotos, levantados por delante y faltos de talón por la espalda Con todo esto, tenia frío y hambre, pues era una tarde de invierno y se hallaba en ayunas desde la víspera al medio dia, cuando lo acudió el pensamiento do escribir una carta á la buena Virgen. Fáltame ahora decires cómo Juanito, que no sabia más que leer, escribió, sin embargo, su carta. Allá en el barrio de Gros Gaillon, en la esquina de la avenida y no lejos de la Esplanada, había un casucho de «redactor» (memonníista). El «redactor» era un antiguo soldado de rnuy buen humor, buen hombre, nada gazmoño, ¡ah no! nada rico y que tenia la desdich^ de no estar bastante estropeado para obtener admisión en el cuartel de Inválidos. Y pare usted do contar. Juan le vio á través de los cristales de su tenducho, fumando la pipa mientras llegaba algún parroquiano. Entró, pues, y dijo: —Buenas tardes, caballero; vengo para escribir una carta. . — Vale diez sueldos, contestó el tío Bouin. Pues aquel valiente, que era quizá la cienmilésima parte do un mariscal de Francia, se llamaba el tiO Bouin. Juan, que carecía de gorra, no pudo quitársela, pero sí dijo muy atentamente: . — Entonces, usted dispense. Y abrió la puerta para retirarse: pero le hizo gracia al tio Bouin, por lo que le preguntó: — ¿Eres hijo de militar?! — No, contestó Juanito, soy hijo de mamá. — Bueno, dijo el redactor; y ¿careces de diez sueldos? % —¡Oh, no tengo ni un sueldo! — ¿Y tu madre tampoco? Ya se está viendo de sobra. Lo que tú quieres es una carta pare, pedir con que haeer sopa. ¿No es verdad pepueñuelo? — ¡Cabal! contestó Juan. —Pues entonces, acércate. Por diez renglones, y medio pliego de papeh no he de ser ni más rico 'ni más pobre. Juan obedeció. El tio Bouin arreglé el papel, mojó la pluma en el tintero y trazó con hermosa letra de furriel lo siguiente: París 17 de Enero de 1857. Y luego debajo y aparte: Señor.... — ¿Cómo se llama, neneT —¿Quién? preguntó Juan. Los de ai-rendamientos, se publican grataitaraente — Laíns«rci..j| de los demás se abona con arreglo á tarifa. — A los suscritares lo insertará gratuitamente, duranro tres dias cada mea, anuncio que no exceda de cinco líneas. : —¡Cómo quién!. El caballero, ¡pardiez! —¿Qué caballero? —El sujeto de la sopa. . Juan comprendió por esta vez y respondió: — No es un caballero. —¡Ah, bueno!... Entonces será una señora. — Sí, señor... nó... quiero decir... —¡Cómo, píllete:— oxclamói el tio Bouin;— ¿no sabes siquiera á quién vas á escribir? —¡Oh! eso sí,— dijo el niño. — Dilo pues date prisa. Juanito estaba sonrojado. El caso es que no sabia dirigirse á los memorialistas para semejantes correspondencias. —Pero hizo do tripas corazón y dijo: —A la Santísima Virgen es á quien deseo escribir una carta. El tio Bouin no se rió. Soltó la.pluma y se quitó la pipa de la boca. — Rapazuelo, — dijo con toao severo; — doy por supuesto que no es tu intención burlarte de un veterano. ¡Media vuelta á la izquierda y sal fuera á paso ligero! Juanito obedeció y volvió los talones, quiero decir, los desús piés... puesto que sus zapatos no los tenían. Pero al verlo tan manso, el tio Bouin cambió de parecer segunda vez y miró al niño con mejores ojos. —¿Por vida del chápiro!— exclamó; á fé que todavía hay miseria en este París... ¿Y cómo te llamas, chieuelo! — Juan. —¿Juan qué? — Juan, y nada más. . [ ■ ii-tii i^ff ' a "■ñv'- ' ' '''' '' ¡ '«!• El tio Bouin sintió humedecérsele los ojos; pero se encogió de hombros. —¿Y qué quieres decirle á la Santísima Virgen? —Quiero decirle qué mamá está durmiendo desde ayer tarde á las cuatro, y que la despierte por un efecto de su bondad: yo no puedo. El pecho del veterano se oprimió, pues temía comprender. Hizo, sin embargo, esta pregunta: —¿A qué hablabas de sopa hace poco? — ¡Ah !— respondió el niño;— era porque la necesitaba. Antes de dormirse me había dado mamá el último pedazo de pan. —Y ella ¿qué había comido? —Hacia dos dias que decia: «No tengo hambre.» —¿Y cómo hiciste cuando, quisiste despertarla? — Como siempre: la besé. — ¿Y respiraba? — -No se,— contesto ei niño;— ¿por ventura, no se respira siempre? El tio Bouin volvió la cabeza, porque gruesas lágrimas surcaban sus megillas. No replicó á lá pregunta del niño, pero con voz algo temblorosa dijo: —Y cuando la besaste, ¿no notaste nada? —Sí, señor... estaba fría... ¡pero hace tanto frió en casa! ^ —Y tiritaba, ¿no es verdad? —¡Oh no.'.. ¡Estarna hermosa, muy hermosa. Sus dos manos, que no se movían, estaban cruzadas sobre el pecho y tan blancas! Do modo que por la abertura de los ojos ceríaaos parecía estar mirando al cielo. El tío Bouin pensaba para sus adentros: —Yo he tenido envidia á los ricos, yo, que como bien, yo, que bebo bien.. ¡Y hé aquí una criatura que se muere de hambre! ¡de hambre! r Y llamó al niño, que acudió á él, y la sentó en sus piernas y le dijo con mucha dulzura. — Chiquito, tu carta ha sido escrita y enviada... y recibida. Llévame á casa de tu madre. ■ • —Con mucho gusto, pero ¿por qué Hora V.? preguntó J uan sorprendido. —No lloro, contestó el .viejo soldado que lo abrazaba hasta el punto de ahogarlo, inundándolo en llanto: ¿acaso lloran los hombres? Tú eres el que vas á llorar, Juanito, ¡pobre pequeñuelo!... Sabes que te quiero como á mi hijo? ¡Esto es absurdo... pero yo también tuve una madre, mucho tiempo há por cierto! y hé aquí que vuelvo á verte á través de tu cuerpo, acostada en su cama donde me dijo al partir: «¡Bouin, sé hombre de bien y buen cristiano!» La Virgen pendía de la cabecera de la cama; era una estampa de dos sueldos, que se sonreía, que yo quería y que acababa de volverme el corazón. Porque yo he sido hombre de bien, eso sí, pero en cuanto á buen cristiano... , Se levantó teniendo siempre al niño en sus brazos, y le estrechó contra su pecho, diciendo, cual si hubiera hablado con alguna persona á quien nadie veía: — Vamos^ anciana madre, vamos, puedes estar » contenta. Los amigos se burlarán de mí, si a»! les