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Juan Caiiras Aguila. - 0F4S&da. EMILIO IIICHEBOUIÍG u qne ha querido, y ahora daerme con la mayor tranqailidad. ¡Ah, seoor alcalde, si me quisiera usted hacer un favor! —¿Un favor? ¿Cuál? —Que si la pobre mujer que yace ahí era la madre de esta criatura, ésta se ha quedado huérfana, y de todos modos va á necesitar una nodriza, y como aún sin saber si es uiao ó oiüa le quiero como si foese mió... yo desearía, señor alcalde, y ese es el favor que voy á pedir a usted, que me Ib deje criar, seré ea nodriza y tendré dos hijos que criar en vez de uno. No tenga usted cu;dado, seaor alcalde qne le querré y le cuidaré como si fuera mío. Seré sn u-adre, ya que carece de ella el pobreeito. —Felieiana— repuso el alcalde, que había escuchado á la joven con pro fanda emoción— r o puedo desde -luego acceder á su pretecsiúa de caed-, porque á estas -fechas' no- sabemos í i podré ó no podré disponer de esa criatura. - . —Tiene usted razón— dijo Feliciana bajando la cabeza. —Fero- prosiguió el alcalde— no olvidaré lo que aeabas de decirme, y si la cosa depende de mí, eneata eon que accederé gustoso á tu deseo, porque estoy seguro de que no podría encontrrar otra mejor que tú; ¿no es ns ted de mí misma epinión, seflor doctor? — En absoluto. . —Mientras otra cosa no se decide, puedes seguir cuidando de ella. — Gracias, señor alcalde, gracias — exclamó Feiieiana dando besos al niño, - — Secor alcalde— dijo eljnédiee^ he aquí nna complicación que no - esperábamos; nos encontramos con un asunto tal vez muy enmarañado. ■ El guarda rural meneó la cabeza. — Ese eifio encontrado en el manto de la mueríaj parece alejar la idea de un crimen; de no ser así, nos . encontraríamos en nn misterio. — ¿Eso cree usted? — No quiero creer nada todavía; ha riamos mal lanzándonos en el terreno de las suposiciones. Ante todo veamos el cadáver. El doctor se acercó al cadáver. Después de contemplarle durante unos cuantos minutos con atención^» sin tocarle, dije: — Yg me figuraba en qué consistía el erior. - . ' . ^ - —¿Qué hay, señor, doctor?— preguntó el alcalde? L . . .■ —Por de pronto una cosa muy tran qsilizadora. No hay tal crimen. Esta mujer no ha muerto asesinada. —¿Está usted seguro de lo que di ce, doctor? - —Segurísimo. —Pues entonces, ¿qué esplieaeión tiene que el cadáver esté ensangrentado? . —Una muy sencilla. -¿Cuál? —El que esa mujer ha muerto de resultas de una ruptura de nna aneurisma. ' - ¿Ha muerto de repente? - -si - ¡S ¡Pobre mujer! —La ruptura ha tenido Ingar cuan do pasaba por el sitio donde ha caido muerta, y ha caído como hañda de un rayo.- • ~ . Después de una breve paueO dijo el alcalde dirigiendosé-á los preseEt»?81 — Señores, acercaos á mirar el dC' dáver. ¿Hay alguno que le reconozca? Todos contestaren que no. — ¿De modo- prosiguió el alcalde que no es ci de Marerville ni de sus alrededores? Pero tal vez encontraremos algunos papeles en el s&eo de mano, gracias á los cuales podamos -establecer su identidad. El alcálde, no sin diéeultad, pudo conseguir arranearle de la mano el saeo, del que pendía laliave del mismo, atada con una cuerda ál aSa."" Abrió- el saca y dispuso" 'qne 'se hiciera inventario de --lo iiue' cbatesíar Feiieiana se había marchado ya, llevándose el niño, muy contenta al saber que no había habido asesinato y al entrar en el pueblo gritaba cada vez que veía á alguno á lo lejos: —¡La mujer no ha muerto asesinada! LAS HIPÓTESIS El minueioso registro del saco, pro poreionó al alcaide una gran sorpresa; pero no lo que deseaba saber. El primer objeto encontrado fué un biberón, en el que quedaba na poco de leche; unos cuantos panales limpies y un lío de panales mojados, y debajo de éstos una bolsita de malla de plata, en la que había diez monedas de oro, de á 20 francos cada una; y al lado, envueltos en un periódico, quince billetes de Banco de á 100 francos, ó sea entre el oro y los billetes mil se t cientos francos. Para aquella pobre ^a » casi una fortuna. . I"' -a de las bolsas exteriéres del ^ 5**. cinco ó seis terrones de saco habU ,deja de hilo, unas tijeazóear, nna im. ueG0 de alfileres y ras, un alfiletero agujas. había dentro Este «a todo lo .qoí. ; asi del saco. . - que A excepción -áú periódico, te. estaban envueltos, loa iiilietes ¿e Ban- eo, no hallaron ningún documento, -ni siquiera nna carta. ^ Ei guarda rural se fijó en qne 'ios panales no tenían marca ¿Era easna lidad ó hecho de propósito? Imposible saberlo. Quedaba aún una remota esperanza; la de que si la muerta llevaba algún documento, debía tenerlo en los bolsi ilos. Registraron, pues, los bolsillos del vestido. En uno había algunas monedas de plata y un dedal, y en el otro, un panaelo, con una H bordada. Por más que registraron por todas partes hasta en el peche, no encontraron nada. — ¡Nada! — dijo el alcalde contrariado. — Imposible identificar la personalidad. Y al decir esto miraba el pañuelo bordado que tenia en la mano. — Y la criatura— dijo el teniente alcalde. j —Y la criatura— repitió como un eco de alcalde. —Sefior alcalde— dijo el médico — es indudable que la situación es difícil; pero no hay que apurarse ni amilanarse. Por de pronta, es una gran cosa que no habido crimen y, por consiguiente, no halla necesidad de formar causa ni perseguir a! erimiminal. Esta mujer es forastera é ignoramos qué eireunatancias le han traído aquí, viniendo á morir á algunos pasos de Marerville eon una criatura en los brazos. -Sigamos éo nuestras ínvestigaeio aes y esperemos que a! fin ebaaeguiremos se aclare ei misterio. En euanto ■»amos dónde. iba y de dónde venía, se,. "ra desconocida, ^5i sus parien ya no e^ ■ no reclaman el cadáver, íes ó amigo* . -^unto conelnído. se la enterrará y ^ doctor, ¿pere y — Indudablemente, ^ l» criatura? — ¡Ah! En euanto á esa, es seguro que su familia la reclamará; paro hasta que ese caso llegue no tiene usted que ocuparse de ella, porque Feliciana, á quien se le ha confiado interinamente cuidará de ella. — Lo que acaba usted de decir, es muy cierto, doctor. En fio, ya veremos. — Ha mandado usted llamar al juez de paz; esperémosle. El juez es hombre prudente, de buen juicio, ve claro y reflexionará, examinará la situación y dirá lo que hay qne hacer para salir del apuro. —Tiene usted razón, doctor, esperemos al jaez de paz. Por orden del alcalde fué un mozo á traer heno para ponerlo sobre las angarillas. Colocaron á la muerta encima, y el cortejo fúnebre se diririgió pausada y respetuosamente al pueblo, j Felieiana había tenido que referir ; varias veces antes de llegar á su casa, á todos los eurioses que deseaban saberlo, cómo y dónde había encontrado á la criatura debajo del manto de la j muerta, y repetir les palabras del mc\ diee, que había declarado que la mu j jer no había muerto asesinada, sino á i consecuencia de la ruptura de un aneu ■ risma. | Esto calmó como por ensalmo la : agitación que habia-en el pueblo, reemj plazando al horror un sentimiento de ■ tristeza. j Se llevó, como había el alcalde dis {puesto, el cadáver á una de laa habi tacienea de la alcaldía, colocándolo sobre un colchón, que el alcalde Bwa\ dó llevar de su casa. Como no se prohibió la entrada» nadie, cuando quiesieron ver el caái;. uer entraron, y durante una hora ¿ó eesó la peregrinación de curiosos. El alcalde tenía esperatza de qoe tal vez alguno conocería á la diffln6v. Pero se equivocó. - Cuando ya no hubo nadie qw seasc verla, se echó la llave á la habitación y el guarda rural se la g0*1.' dó en el bolsillo. A las diez de la mañana llegó él juez de paz. Por el camino habla bido que no había habido erimen, como se creyó en en nn principio, y qw la majer había muerto á oenaecaenoa de la ruptura de un aneurisma. Venía el jaez acompañado de cuatro gendarmes, pues aunque éstos no tenían que dedicarse a buscar el asesino, venían á las órdenes del inez para ejecutar las que pudiera dáf después de celebrada la conferencia coa el alcalde de &íarervile, el teniente a* ealde, el médico y las otras personal que le esperaban. • . IÍL En cnanto llegó el jaez, el alca»" le puso al comente de lo ocurrido. —¡Es singularl-dijo eU*»sumamente raro el caso de5 mujer no llevase enoma BÍFLSaQ1T^á. mentó ni prueba de su P619?6 ^ !Es una fardad! ¿Cree usted, doew»;. que sea la madre de la criatura? -, - Evidentemente, ne, repaso ta dico.-La criatura no fcf^.ffJL anos cuantos días, y le hubiera «-