LA OPINION ESCRIBE MANUEL MORA Si don José María Pemán, decía que "abril era la Sevilla de los meses", se podría afirmar que esto es aplicable a Córdoba, con respecto a mayo, pues en el quinto mes se celebra en nuestra capital, a más de la Feria de la Salud, el Festival de los Patios, esos patios que aún se conservan en algunas de las casas del casco antiguo, en las que habitan familias que los cuidan con mimo. Por su singular belleza, fueron exaltados por ilustres escritores, entre los que figuran don Juan Valera, quien dijo de ellos: "Los patios, en Córdoba y otras ciudades de la provincia, son como los de Sevilla, cercados de columnas, enlosados, con fuentes y flores. En los lugares más pequeños no suelen ser tan ricos ni tan regulares y arquitectónicos, pero las flores y las plantas están cuidadas con amor, con verdadero mimo. Las señoras, en la primavera y en las tardes y noches de verano, suelen estar cosiendo o de tertulia en el patio, cuyos muros se ven cubiertos de un tapiz de verdura. La hiedra, la pasionaria, el jazmín, el limonero, la madreselva, las rosas enredadera y otras plantas trepadoras, tejen ese tapiz con sus hojas entrelazadas y lo bordan con sus flores y frutos. Tal vez esté cubierto de un frondoso emparrado una buena parte del patio, y en su centro, de suerte que se vea bien por la cancela, si por dicha la hay, se levanta un macizo de flores, formado por muchas macetas colocadas en gradas o escaloncillos de madera. Allí claveles, rosas, miramelindos, marimoñas, albahaca, boj, evónimo, brusco, laureola y mucho dompedro fragante. No faltan arriates todo alrededor, en que las flores también abundan y para más primor y amparo de las flores, hay encañados vistosos, donde forman las cañas mil dibujos y laberintos rematados en triangulo y en otras figuras matemáticas. Las puntas superiores de las cañas que entretejen aquellas rejas o verjas suelen tener por adorno sendos cascarones de huevo o lindos y esmaltados calabacines Las abejas y las avispas zumban y animan el patio durante el día. El ruiseñor le da música por la noche". Ya es sabido que tras de esas plantas y esas flores que Valera describe de manera magistral, hay una mano femenina que las cuida con mimo casi maternal. El mismo don Juan nos lo dice, por boca de Doña Luz, satisfecha de su obra: "once hijos y treinta y dos macetas". Ya es sabido que Doña Luz era alegre y quinteriana como lo son las mujeres cuando se dedican de corazón a las macetas. No creáis, por otra parte, que conseguir una espléndida maceta es cualquier cosa. Requiere desvelos incontables. En primer lugar, habrá que escoger el tiesto; después, rellenarlo de tierra. Tierras hay muchas: de monte, de mantillo, de estiércol de oveja, de hojas otoñales descompuestas, amén de la vulgar arena, gracias a la cual la tierra adquiere soltura. Con estos ingredientes, ya se puede componer la mezcla. En opinión de Bornas "una parte de tierra de jardín corriente, dos de mantillo y una de arena". La siembra tiene también sus reglas. En enero y febrero, por ejemplo, begonias y petunias; en marzo y abril, capuchinas, alhelies, violetas; en mayo, peonías; en junio, nomeolvides. Ya sembrada se orienta la maceta al Oeste si es azucena o jazmín, que piden menos sol, y al Este si se trata de geranios, rosas, verbenas o claveles. Luego vendrá el despunte, el desbotado, el sombreado, el asegurar la planta con tutores de caña, amarrándolos con hilos finísimos. Y enseguida vendrá la lucha contra los Insectos. Una batalla ejemplar para impedir, verbigracia, que el pulgón se "beba a largo tragos la savia amarga de la dalia", como escribía Duhamel, en las deliciosas "Fábulas de mi jardín". Y por si no fuera bastante, revolverle la tierra cansada, protegerla de las heladas y regarla. Cada cosa a su tiempo y sabiéndola hacer, porque hasta lo que parezca más sencillo, el riego, necesita su técnica. Nunca a chorro sino suavemente, con regadera, y ni mucho ni poco. Blanchon, en este punto, nos brinda un consejo inestimable: golpear la maceta una o dos veces por semana con el nudillo del índice; si suena claro, la planta tiene sed; si suena seco, no hace falta regar. Todos estos desvelos los premia, la flor, que se nos dará, generosamente en mayo. Una azotea, una ventana, un patio con macetas en su centro, colocadas en gradas —como se hacía antes, y es testigo Valera— embalsama toda la casa. Agreguemos el festín de los ojos y el color desparramado por los pretiles, y resultará un cuadro insuperable. "Marzo ventoso y abril lluvioso, traen a mayo florido y hermoso". Como todas las cosas bellas, parece increíble. Es como si un dios griego naciese de padres raquíticos y desmedrados. Pues qué, ¿acaso no es lo mismo esto de que por la lluvia y el viento nos llegue la flor y la hermosura? Sea como sea, el hecho es que un buen día nos lo encontramos como un dorado galán acariciando torres, esquinas y sentimientos. Y entonces se diría que la vida toma un nuevo rumbo. Eso esperamos del quinto mes, que olvidándose de los frios y aguaceros con los que comenzó este año, sea el "cogollo de la primavera" y nos traiga días azules, luminosos y soleados, en armonía con el refrán que dice: "Cuando mayo va a mediar, debe el invierno acabar." Mayo está dedicado a la Virgen y Ella ha sido fuente de inspiración de poetas y escritores. En todas las literaturas tiene el tema mariano copiosa y clásica representación. Pero en ninguna quizá la tiene más acabada y varia que en la literatura española, desde las formas elementales de la copla y del cantar popular hasta el poema épico y la representación dramática. Se ha dicho que una sensibilidad como la española había también de rendir culto ardentísimo a la Virgen. Santos y reyes, artistas y poetas, el pueblo y los doctos, han rivalizado en ofrecer a Nuestra Señora las más exquisitas flores de la piedad y el ingenio. La espléndida inconografía atesorada en su honor; la multitud de templos y santuarios erigidos en su nombre, los himnarios y cancioneros, las prácticas devotas, las tradiciones populares, demuestran el fervor caudaloso y persistente hacia la santa Madre,