LA OPINION ESCRIBE MANUEL. MORA Julio, al menos en su primera decena, no fue ese mes ardoroso de otros años, que le inspiró a D . José Mana Pemán aquella certera frase por la que clasificaba la temperatura veraniega en nuestra Andalucía: "el calor", "la calor" y "los calores". Y puntualizaba: "Cada uno tiene su propia conjugación gramatical. Al primero se le comenta por la calle, de acera a acera, porque todavía se transita: " ¡Qué calor!". Al segundo se le trata como a un volumen visible: " ¡Ha visto usted la calor que hace!" Al tercero se le recibe como a un toro: "¡Ya están aquí' los calores! . Pues bien, este año, hasta el momento, no hemos pasado del primer grado, lo cual no parece bueno porque según dijo el maestro Correas en su "Vocabulario", "Verano fresco, Invierno lluvioso, estío peligroso", aunque es lo cierto que en su segunda afirmación no estuvo muy certero el filósofo del siglo XVII, pues ya es sabido cómo lo están pasando en muchos pueblos por la falta de pluviometría invernal. " ¡Oh, el agua fresca sobre la carne blanca, los pies desnudos en los arroyos, en el río el ámbar y el rosa de los cuerpos jóvenes, y el chapoteo que suscitan las manos impacientes, y la espuma que salta y brilla al sol, y las risas locas y las batallas de agua, y la perlería de palabras incoherentes! ¡Oh, el aire tibio sobre las frentes húmedas, sobre las cabelleras empapadas, sobre las manos un poco pálidas al salir del baño!". Esto que nos dejó escrito Martínez Sierra en "Aventura", no hubiera sido posible este año en que el agua no corre por los regatos ni por los arroyos y los ríos más caudalosos llevan una corriente tan escasa que da pena verla. Pero ahí está la buena prosa de D. Gregorio para refrescarnos, porque esa, para fortuna nuestra no se seca, como tampo¬ co se agostan estos versos de Antonio Machado que llevan por título "A orillas del Duero": Mediaba el mes de Julio, Era un hermoso día. Yo solo, por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar la frente y dar algún respiro al pecho jadeante; o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante y hacen la mano diestra vencido y apoyado en un bastón, aguisa de pastoril cayado, trepaba por los cerros que habitan las rapaces aves de altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—. Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. Este poema, a la par que nos deleita, nos trae la remembranza de aquellas inolvidables jornadas vividas en Soria, con motivo del Congreso de Cronistas. Alguien dijo que recordar es como volver a vivir el episodio recordado. Claro está que es tan solo una ficción y que se trata solamente de una operación de nuestra memoria y de nuestra fantasía. Pero en tanto dura esta ficción y en tanto nos es dado el revivir el episodio aquel por medio del recuerdo y gozarnos con él, vivimos el milagro de poder saborear como presente lo que ya pertenece al pasado. A los hombres les gusta embriagarse. Hay quienes lo hacen abusando del vino y los licores. Hay quienes se embriagan de placeres sensuales. Y hay también quien se embriaga de recuerdos. Yo soy üno de ellos. Recordar, evocar, es sumergir nuestra alma en un pasado que nos atrae con fuerza y nos llena de -dulces emociones. No sé si esta embriaguez será vicio o virtud. Lo que sé es que me aqueja el afán de un constante recordar. Y esto no es de ahora en que estamos en eso que se ha dado eñ llamar la tercera edad, sino dé1 Siempre. Cuando uno sale de la ciudad, ya está añorando aquellas eras de Belén, de la carretera de Nueva Carteya o de la de Córdoba, en las que al llegar el mes de julio comenzaba una intensa actividad que no cesaba hasta el mes de setiembre. En éstas del ruedo se sacaban las parvas de los pegujales de los labriegos que no la tenían que eran casi todos. Con las primeras claras del día, comenzaba la barcina de las gavillas qué se iban amontonando junto a la era hasta que les llegaba el turno para trillarlas con uno o dos rulos tirados por sendas yuntas de muías que daba vueltas sobre las mieses, las que una vez trituradas se aventaban aprovechando la brisa de la tarde. Luego venía el medir el grano y el meter la paja én los herpiles para llevarlos al pajar. Otra actividad estival que se ha perdido en nuestro pueblo es la de las alfarerías. El aire de las mañanas de verano se veía contaminado con el humo negro del horno, alimentado con ramón de olivo, aulagas y carrascas, en el que se cocían los cántaros, las macetas y las tinajas que salían de las manos diestras de los alfareros. Aunque no ha desaparecido esta rama de la artesanía es difícil encontrar talleres donde el ladrillo se moldee en la antiquísima gaveta. Cuatrocientos diarios era la tarea de un hombre, según Ortega y Gasset. Hoy existen fábricas con amasadoras mecánicas, moldes sin fin, guillotina y gaveta automática que producen cien veces más. Y los antiguos talleres de cerámica que subsisten han derivado hacia la artesanía artística, porque aquellos cántaros que sonaban como una campana y los botijos qu? mantenían el agua fresca, han muerto batidos por el frigorífico. Y otro humo que ha dejado de empañar el azul del limpio cielo estival es el de los hornos que cocían la cal que ponía a los pue-