LA OPINION BSCRIBE MANUEL MORA Entramos en agosto, mes que se simboliza, bien por la diosa Ceres, bien por un joven segador con la hoz en la mano, sentado sobre una gavilla, junto a un sembrado en el que se ve el signo de Virgo . El arte ha representado a Ceres de muy diversas maneras, pero principalmente como una matrona de porte majestuoso, rostro sonrosado, cabellos rubios y vestida con un traje talar amarillo, alusivo al color de las mieses. Rubens la llevó a un lienzo en unión del dios Pan y a otro con Pomona. Ambos se encuentran en el Museo del Prado. También existen muchas estatuas de la diosa en museos ingleses, alemanes e italianos y en los jardines del Real sitio de Aranjuez hay un grupo escultórico en que figura Ceres. Antiguamente al llegar al octavo mes se comenzaban a levantar los rastrojos en las tierras de sembradura, tras de haberlos careado las piaras de ovejas y de cerdos, de yeguas y vacas. Hace medio siglo, en los días agosteños, el arado removía la tierra desde muy temprano. Dos yuntas de cansinos bueyes tiraban de cada "Bravand" para "mullir la cama" del trigo, a fin de que al llegar la siembra el cereal rey se encontrase a gusto. Para ello, "la reja ha de morder la tierra, igual que los colmillos de un jabalí", en expresión feliz de Hesiodo. El arado, pues, habría de ahondar mucho los surcos si el labrador quería ver luego los "montes de oro" en las eras, como cantó Lope. En aquellos tiempos había que madrugar mucho porque los relojes del campo —el sol, las estrellas, los gallos...—, eran los que indicaban el momento de comenzar la labranza. Claro que esto que estamos di¬ ciendo ya es historia y hoy en nuestra campiña no se ven ni yeguas, ni cerdos, ni ovejas pastando en los rastrojos; ni bueyes tirando del "Bravand", porque la técnica los ha sustituido por los enormes discos cortantes, por las múltiples rejas y ganchos movidos por los cuarenta, cincuenta o cien invisibles caballos del tractor, con los cuales se realiza el volteo de la tierra que recomendaba Plinio, aunque con otros medios. Por causa del tractor desaparecieron de nuestros campos aquellas yuntas, de bueyes o de briosas muías, que arrancaban al amanecer de los cortijos de la campiña cordobesa, con sus arreadores y reveseros a la expectativa, a fin de abrir un mar de surcos para que la madre tierra nos diera generosamente el pan de cada día. En aquellas casas de campo —hoy solitarias y en ruinas— no faltaba ni la piara de cerdos, que luego se convertirían en los sustanciosos jamones, morcillas y chorizos; la piara de pavos y la de gallinas. Aquellas aves apuraban los granos de trigo y de cebada de los espigaderos y los que se habían quedado entre las piedras del suelo de la era, a más de los saltamontes y otros insectos, que ellas picoteaban afanosamente. Como antes se ha dicho, el despertador del campo eran el canto del gallo y el cacareo de las gallinas. ¡Qué quiquiriquíes aquellos y qué modo de cloquear aquel! .Cuando clareaba el día las aves seguían sumisas las órdenes del sultán, al que no discutían ni su autoridad ni su soberanía. Hasta aquellas gallinas aún no habían llegado ni los movimientos feministas ni el divorcio. Y dudamos que los gallos de aquel tiempo hubieran permitido un gesto de rebeldía a algunas de las gallinas de su harén. No sabemos si las gallinas de granja serán tan sumisas a su "marido" como los de antaño. Lo que sí estamos seguros es de que su alimentación difiere mucho de los tiempos del cuplé, pues las de ahora se alimentan con piensos compuestos, que nadie saben de qué se componen y que según los avicultores valen carísimos. Nuestro querido y siempre recordado amigo Manolo Casas cuando tenía la granja avícola afirmaba que para que el de las aves estabuladas fuera buen negociosas gallinas tendrían que comer huevos y poner pienso. Otras animalías que se han perdido de nuestros campos son los pájaros. Antes a la atardecida era frecuente oir el zureo de la paloma torcaz, el arrullo de la tórtola, el "palpalá" de la codorniz. No era difícil vqr una perdiz, seguida de sus perdigones, a los que la madre defendía fingiendo que se iba a dejar coger para alejar el peligro de sus polluelos. En las arboledas, se oían los trinos de los ruiseñores y otras aves cantoras y en las besanas era muy frecuente ver picotear en el surco que abrían las yuntas, a las tifas, a los coliblancos, a los colinegros, y a los colirrubios. Como también era corriente ver en las viñas, encinares y en las fincas de olivar a la abubilla, al mochuelo, a la oropéndola o al cuquillo. Entre los insecticidas y los cazadores furtivos ha diezmado nuestra fauna de. forma alarmante, hasta el punto que casi han hecho desaparecer bastantes especies. Y así les luce el pelo a los agricultores, pues al haber desaparecido los pajaritos de pico blando, en su lucha contra los insectos gastan una fortuna en tratamientos, algunos de los cuales resultan peligrosos por emplearse en ellos productos tóxicos. Al comenzar el reinado de los pisos, desaparecieron de las casas de los pueblos los corrales y por ende las gallinas. Por ello, hoy no tendría sentido aquello que nos dejó escrito, tan donosamente, Rubén Darío, en "Azul", aunque sigue vigente la limpia prosa del poeta nicaragüense, de la que